El cielo amaneció distinto. No por la lluvia —que en Barrancabermeja siempre aparece sin pedir permiso—, sino por esa vibración única que solo sienten los corazones jóvenes cuando algo grande está por comenzar. Era la mañana de este sábado, y en el aire húmedo flotaba una mezcla de nervios, orgullo y emoción: todo anunciaba el inicio de los Juegos Interclases 2025 del Instituto Antonio Nariño.
Desde temprano, los estudiantes fueron llegando uno a uno, como piezas de un mosaico colorido que empezaba a tomar forma en el Coliseo Luis F. Castellanos. Iban acompañados de sus orgullosos padres y vestían sus uniformes con la misma solemnidad con la que se enarbola una bandera. Algunos repasaban en silencio los pasos de sus coreografías; otros reían nerviosos, compartiendo miradas cómplices con sus profesores.
La lluvia caía suave sobre el coliseo, como si también quisiera presenciar el desfile desde un buen lugar. Y entonces, todo comenzó. No hubo sol, pero sí luz: la que brotaba de los rostros pintados, de los aplausos, del eco de las porras que hacían vibrar las gradas del coliseo.
Con orgullo
Cada curso desfiló con el alma, con la memoria de los ensayos infinitos y el deseo de dejarlo todo en la pista. Hubo danzas, banderas, pasos sincronizados y mucho más que deporte: hubo identidad. Fue una ceremonia en la que el alma de la institución se puso en pie.
La lluvia no detuvo nada. Al contrario: pareció sumarse al aplauso, como si el cielo también quisiera celebrar. Al final, cuando las barras se apagaron y las banderas se recogieron, quedó una certeza: no hay clima que apague el fuego de una comunidad que vibra unida.
Este día no solo se inauguraron unos juegos. Se reafirmó también un lazo invisible entre quienes recorren los pasillos del Instituto Antonio Nariño con la certeza de que están dejando huella. Una huella profunda e indeleble.