El tío Octavio era serio de palabra, como los hombres de antes, sin embargo, con las mujeres la cosa fue distinta. Tuvo 5 hijos, pero nunca se casó; siguió sus propias reglas sin someterse ni siquiera al párroco del pueblo quien después de tanta insistencia para que se casara, recibió una respuesta que jamás olvidaría
Por: Heyner Mancera Rincón | El tío Octavio fue el hermano menor de mi abuela María. Hombre alto, delgado que en su época de juventud desempeñó labores campesinas como jornalero, ordeñador, corralero, sabia enjalmar una mula, tirar canalete, hacer queso, moler maíz, tomador de chirrinche, andariego como juglar, que viajaba desde Talaigua Viejo su pueblo natal, recorriendo toda la depresión Momposina hasta llegar a los pueblos del magdalena medio. Un verdadero hombre de campo.
Para mí, era una delicia visitarlo en casa de la abuela María, porque cada charla con el tío era un viaje al pasado. Yo “le daba cuerda” y él empezaba a remembrar los tiempos del sectarismo político y sus noches en las tabernas de los pueblos ribereños, compartiendo con otros campesinos y pescadores. La estampa de mi tío era como ver al legendario acordeonero Pacho Rada.
En cierta ocasión me contó de sus amores con una campesina honorable de la vereda Santa Isabel en el municipio de Remedios (Ant). De mediana estatura, cabello negro abundante, caderona como a él le gustaban.
Él la visitaba los días entre semana para acortejarla con un bloque de queso ó un gajo de plátano; me dijo que una vez le llevó un armadillo y ella quedó feliz. Lo que no sospechaba mi tío, es que el cura del pueblo venía siguiéndole sus pasos; hasta que un día en la única tienda de la vereda, el sacerdote lo interceptó con un afable saludo y le contó que estaba contento de ver a Carmen, entablando una relación decorosa con un hombre serio como el tío y que debía pensar en que esa relación desembocara en matrimonio.
Cuenta el tío que por un segundo pensó en encuellar al presbítero ante tamaña propuesta, porque ni en la mas terrible de sus pesadillas, vio anillos en sus dedos. No obstante, el tío que poco iba a misa, propuso una sonrisa y se despidió del cura con una palmada en la espalda diciéndole, “nombe padre, déjese de cosas”.
Para no alargar el cuento, el curita estaba decidido a ganar esas dos almas para Cristo mediante el sacramento del matrimonio, ya que por varias semanas persistió la solicitud de casamiento y la respuesta de mi tío siempre fue la misma… “nombe padre, déjese de cosas”.
Dicen los viejos que, “tanto va el cántaro al agua hasta que al fin se rompe”.
En realidad, el tío Octavio era serio de palabra, como los hombres de antes, sin embargo, con las mujeres la cosa fue distinta. Tuvo 5 hijos, pero nunca se casó; siguió sus propias reglas sin someterse ni siquiera al párroco del pueblo quien después de tanta insistencia para que se casara, recibió una respuesta que jamás olvidaría; Dijo: “Vea padre: yo me caso, pero si esa mujer me llega a faltar el respeto, yo la mato. Y usted es el responsable”.
El sacerdote seguramente sintió la respuesta como un puño tan fuerte en el estómago que lo dejó sin aire y sin más ganas de meterse en la vida de los demás. Palabras directas, sin filtro, agropecuarias como él, con la postura de un hombre que sabe, qué guerras no pelear y seguramente Carmen era una de ellas.
El tío Octavio murió de 95 años en casa de una de sus sobrinas acompañado de sus hijas. Yo estuve aquella noche, viendo las postrimerías del último juglar de la familia, del recio y terco andariego como los viejos ribereños de antes, que vivieron sin miedo a galope de mula, de esos que cuando hablaban había que decir, oigan a mi tío.
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HEYNER MANCERA RINCON
Mg. Gestión Ambiental
Esp. Química Ambiental
Ing. Biomédico
Secretario de Medio Ambiente y Educación.
Asesor Min Ambiente – Docente Universitario e Instructor SENA
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