En un país hastiado de los mismos apellidos, las mismas promesas rotas y los mismos pactos de élite disfrazados de democracia, emerge un nombre que despierta tanto esperanza como escepticismo: Gustavo Bolívar. ¿Un símbolo real de transformación? ¿Un gestor con resultados tangibles? ¿O simplemente otro político que, con narrativa convincente, busca capitalizar el descontento colectivo?
Por: Diego Armando Pérez Mayorga |Con la carrera presidencial de 2026 en marcha, Bolívar se presenta como una figura emergente. No viene de la clase política tradicional y ha demostrado que puede pasar del discurso a la acción. Pero la pregunta de fondo y la que deberían hacerse todos los colombianos, no es si ha hecho las cosas bien, sino si eso lo convierte en el líder que puede gobernar un país tan complejo, fragmentado y polarizado como el nuestro.
Bolívar no viene de las élites tradicionales. Su historia pública empezó como guionista, autor de obras que retrataron de forma cruda la realidad social colombiana, y desde ahí fue trazando un camino que lo llevó al Congreso, donde fue senador entre 2018 y 2023. Allí, presidió la Comisión Tercera y participó activamente en debates cruciales como la reforma tributaria, el presupuesto nacional y el Plan Nacional de Desarrollo del actual gobierno.
Desde su curul, denunció con firmeza la corrupción, impulsó la reforma política, y defendió los intereses de las mayorías populares. No fue un parlamentario pasivo, ni un actor decorativo. Su paso por el legislativo lo consolidó como un referente de oposición a los privilegios enraizados desde hace décadas en la política colombiana.
Pero su mayor carta, sin duda, fue su paso por el Departamento de Prosperidad Social (DPS), una entidad clave que concentra parte fundamental del gasto social del Estado.
Durante su gestión en el DPS (2023–2025), Bolívar no se limitó a administrar: intervino, corrigió y transformó. Enfrentó un panorama desolador: al asumir el cargo, 100 de 115 obras públicas estaban paralizadas por corrupción o abandono. Su reacción fue inmediata: reactivó 71 proyectos, entregó 52 obras terminadas, y dejó 131 en ejecución, muchas de ellas en territorios históricamente olvidados.
Además, fortaleció los programas sociales con enfoque estructural:
- Renta Ciudadana: expandida a más de 2,9 millones de hogares vulnerables.
- Colombia Mayor: cobertura a 1,6 millones de adultos mayores con apoyos mejorados.
- Renta Joven y devolución del IVA: ampliadas y con ejecución presupuestal histórica.
- Más de 10.000 unidades productivas apoyadas con asistencia técnica y capital semilla.
- Puntos de Abastecimiento Solidario (PAS): más de 50 centros activados para enfrentar el hambre con enfoque territorial.
- Huertas comunitarias (UPA): promovidas como alternativa autosostenible en zonas urbanas y rurales.
En total, solo en 2024, el DPS bajo su dirección ejecutó más de 7,3 billones de pesos en programas con enfoque de autonomía económica y dignidad social. Esta no fue solo una operación contable: fue una gestión con rostro humano, con impacto medible, y con una visión que va más allá de los subsidios asistencialistas.
¿Puede ese legado traducirse en liderazgo nacional?
A diferencia de otros aspirantes, Gustavo Bolívar ha sido claro: solo será candidato presidencial si es elegido mediante una consulta abierta dentro del Pacto Histórico. Se ha comprometido a no aceptar imposiciones ni acuerdos de cúpula. Su apuesta es por una democracia participativa también al interior de su movimiento. Ese gesto, poco común en la política tradicional, refuerza su discurso de transparencia y coherencia.
Hoy, las encuestas lo ubican como uno de los precandidatos más fuertes del petrismo, incluso sin contar con el respaldo explícito del presidente. Su discurso sigue conectado con amplios sectores populares, y su gestión respalda su narrativa de transformación.
Pero aquí es donde la conversación se pone más compleja.
¿Tiene Bolívar el perfil para unir al país?
Si bien ha demostrado compromiso y capacidad de gestión, gobernar Colombia es un reto de dimensiones mucho mayores. Se necesita, además de convicción, capacidad de negociación, apertura al diálogo, y una lectura profunda de la diversidad nacional.
Bolívar ha sido una figura frontal, directa, crítica. Y eso lo ha hecho ganar respeto. Pero también le ha generado resistencias. La pregunta es si ese estilo le permitirá tender puentes con sectores que no comparten su visión de país. ¿Podrá construir consensos con empresarios, regiones, y actores sociales diversos? ¿Será capaz de liderar un gobierno amplio, más allá de su base ideológica?
Lo cierto es que Bolívar ya no es solo un escritor ni un político emergente. Hoy es un precandidato presidencial con obras ejecutadas, logros verificables y un discurso con peso propio. Ha logrado lo que pocos: consolidar su figura no por retórica, sino por acción. Y eso, en una democracia fatigada como la nuestra, ya es mucho decir.
Sin embargo, la elección de 2026 exigirá algo más que una hoja de vida limpia o un legado institucional. Exigirá capacidad de unir, de pactar, de representar al país en toda su complejidad.
La pregunta, entonces, sigue abierta:
¿Es Gustavo Bolívar el mejor candidato para gobernar Colombia… o simplemente el más visible en medio de una izquierda aún sin rumbo claro?
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Vicepresidente junta directiva nacional Asociación Sindical de la Industria del Petróleo y Gas (Asopetrogas)
Esta columna encierra el pensamiento del autor, en ningún caso es la posición de Río Grande.