Barrancabermeja, conocida históricamente como la “capital petrolera de Colombia”, ha vivido durante décadas al compás del vaivén de la industria de los hidrocarburos.
Por: Letty Carranza | Su identidad, su economía y hasta su arquitectura están impregnadas del legado que dejó la bonanza petrolera, especialmente desde la instalación de la refinería de Ecopetrol en 1922. Sin embargo, en pleno siglo XXI, la ciudad enfrenta una transición compleja: ya no basta con vivir del petróleo. Las exigencias del desarrollo sostenible, el avance de la tecnología y el crecimiento urbano colocan sobre la mesa nuevos retos para su proyección futura.
En este contexto, Barrancabermeja atraviesa hoy una profunda contradicción urbana. Mientras en algunos sectores se impulsa una modernización visible, en otros —sobre todo en la periferia— los rezagos y el abandono son más que evidentes. Este contraste no solo refleja una desigual distribución de los recursos públicos, sino que revela profundas brechas sociales y territoriales que marcan el día a día de miles de habitantes.
Uno de los ejemplos más visibles del esfuerzo por renovar la ciudad es el BIT del Río (Barrancabermeja Innova y Transforma), un moderno complejo en construcción que busca convertirse en un polo de formación en turismo, cultura y gastronomía. El proyecto, ubicado estratégicamente en la zona céntrica, se concibe como una pieza clave para transformar la economía local hacia sectores no extractivos. Con una inversión superior a los 18 mil millones de pesos y un avance del 72% a la fecha, el BIT del Río ha generado expectativa tanto por su diseño arquitectónico como por su promesa de empleo y formación para cientos de jóvenes. Esta obra ha sido presentada como símbolo de una Barrancabermeja que quiere reinventarse más allá del crudo.
Otro hito es la Megaludoteca, una imponente estructura de más de 6 mil metros cuadrados que, tras varios años de retrasos, finalmente abrió sus puertas. Con una inversión de 31.196 millones de pesos, este espacio busca fomentar el desarrollo lúdico, educativo y artístico de niños, niñas y adolescentes. Dotada con salas interactivas, zonas de lectura, laboratorios de ciencia y espacios culturales, la Megaludoteca fue pensada como un “pulmón creativo” para las nuevas generaciones. Sin embargo, su construcción tardía también fue blanco de críticas por la gestión de los recursos y los largos periodos de inactividad.
Pero mientras el centro urbano se moderniza con edificios nuevos, iluminación LED y parques remodelados, otras zonas de la ciudad parecen congeladas en el tiempo. En El Muelle, por ejemplo, el proyecto de revitalización que prometía transformar esta área ribereña en un Distrito Malecón turístico y comercial se encuentra en completo abandono. Los predios adquiridos para ese propósito se han convertido en basureros a cielo abierto, invadidos por escombros, residuos orgánicos y hasta animales muertos. Algunos de estos lotes, según denuncian los vecinos, son hoy puntos de consumo de drogas y focos de inseguridad. Lo que alguna vez fue presentado como una obra emblemática para el desarrollo del turismo fluvial, hoy es sinónimo de frustración ciudadana y de promesas incumplidas.
Más crítica aún es la situación en los corregimientos rurales, especialmente El Llanito, una comunidad que ha luchado por décadas por el acceso a agua potable. En 2022 se aprobó una inversión de 19.473 millones de pesos para instalar una planta de tratamiento de agua, que prometía llevar agua segura a más de 4 mil habitantes. Sin embargo, el proyecto ha sido víctima de múltiples retrasos, problemas técnicos y cambios contractuales que, hasta el día de hoy, impiden que la población goce de un suministro constante. La planta existe, pero funciona de manera intermitente, y en época de sequía, los habitantes aún dependen de carrotanques o pozos contaminados.
Estos casos no son aislados. La distribución de la inversión pública en Barrancabermeja ha sido históricamente desigual, pero en los últimos años la brecha entre el centro urbano y las comunas periféricas se ha ampliado. Según líderes comunitarios, sectores como la comuna 7, 1 y los corregimientos rurales han sido sistemáticamente relegados de los grandes proyectos de infraestructura. Mientras tanto, el centro y las zonas cercanas a la administración municipal concentran la mayor parte de los recursos, remodelaciones y anuncios.
Estos contrastes hablan de una Barrancabermeja fragmentada. Una ciudad que avanza en su centro, pero que se detiene en sus márgenes. Que proyecta innovación en algunas comunas, pero que posterga el agua potable en otras. Que presume de espacios modernos para la niñez, pero que permite que lotes baldíos se conviertan en focos de violencia. No se trata solo de cemento o ladrillo: se trata de decisiones políticas, de prioridades sociales y de voluntad administrativa.
Desde la ciudadanía, la sensación es dual. Por un lado, hay orgullo por las obras que sí se materializan, por ver que la ciudad quiere sacudirse su dependencia al petróleo. Pero también hay molestia, porque muchas comunidades sienten que viven en una Barrancabermeja de segunda categoría, condenadas al olvido mientras ven cómo otras zonas florecen.
Barrancabermeja se encuentra, sin duda, en una encrucijada histórica. Si aspira a ser una ciudad modelo en medio de la transición energética, la sostenibilidad y la innovación, necesita resolver primero sus desigualdades internas. La inversión pública no puede continuar alimentando esta dualidad urbana donde unos pocos avanzan y otros tantos se quedan atrás. Hacerlo requerirá planificación con enfoque territorial, transparencia en la ejecución, y lo más importante: escuchar de verdad a quienes habitan los barrios olvidados, los corregimientos excluidos y las comunas que aún esperan su turno.
Solo entonces Barrancabermeja podrá dejar de ser una ciudad partida en dos, y convertirse en una comunidad que avanza unida hacia el futuro.
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* Topógrafa, Trabajadora Social en formación, Defensora de Derechos Humanos.
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