En tiempos de incertidumbre social, la verdadera democracia se enfrenta a serias amenazas. ¿Estamos viendo actos de oposición legítima o solo expresiones de un populismo disfrazado de justicia social?
Por: Milton Ardila | La democracia, en su esencia, debería ser el reflejo de las voces colectivas, pero hoy parece una palabra confusa. A veces se usa de escudo para intereses personales o politiqueros disfrazados.
En nuestro departamento y ciudad, los discursos democráticos suelen ser contradictorios. Muchos actores dicen representar a las mayorías, aunque en realidad representan sectores reducidos o intereses personales.
Como actor social, activista y comunicador, me siento en la necesidad de opinar. Lo hago no por capricho, sino porque los hechos nos exigen reflexión seria y honesta.
El ejemplo más reciente que ilustra esta situación es el proyecto de la Gobernación de Santander sobre el cobro de un impuesto a la seguridad a través de la factura de luz.
Desde su anuncio, sectores políticos, sociales y evidentemente populistas levantaron su voz en contra, tachándolo de un impuesto injusto, un ataque directo al pueblo.
Muchos se autoproclamaron voceros de las “mayorías”, entre comillas. Pero ¿realmente representan la mayoría? ¿Acaso tres voces aisladas representan la totalidad de una sociedad diversa?
Afirmar que “represento al pueblo” puede ser legítimo desde el discurso. Sin embargo, la realidad es que ninguna persona representa a toda una ciudadanía en su complejidad.
La creación de este impuesto puede sonar dura. No lo niego. Pero también es cierto que, desde hace años, la ciudadanía viene clamando por seguridad real y efectiva.
En territorios como Barrancabermeja, caminar tranquilo por un parque o salir en familia se ha convertido en un riesgo constante ante la ola creciente de inseguridad.
Dentro del marco democrático, la Constitución establece que el Estado debe garantizar nuestra seguridad. No es un capricho, es un derecho constitucional irrenunciable.
El problema es que el Estado, en su estructura actual, ha demostrado limitaciones evidentes. La fuerza pública no da abasto para enfrentar los desafíos de violencia diaria.
Entonces me pregunto, ¿la crítica al impuesto es una verdadera oposición o simplemente populismo disfrazado? ¿Hay propuestas serias detrás de esos discursos inflamados?
Muchos se centran solo en criticar el cobro. Es fácil señalar, pero ¿quién ha presentado alternativas concretas, viables y responsables para financiar la seguridad que exigimos?
Desde antes de la pandemia, la violencia ya golpeaba fuerte nuestros territorios. Después del COVID, la inseguridad se disparó de manera dramática y alarmante.
No es descabellado pensar que un pequeño aporte, bien administrado, podría mejorar las condiciones de seguridad, si realmente se destinan los recursos con transparencia.
La política nacional de paz no ha logrado resultados efectivos. El discurso sobre la paz suena bonito, pero en las calles, la realidad es otra muy diferente.
En este contexto, el grito de “yo represento al pueblo” comienza a sonar vacío, repetitivo y, lamentablemente, profundamente populista y oportunista.
Una verdadera oposición no solo critica. Propone, estudia, analiza y plantea alternativas mejores, sin atizar conflictos sociales innecesarios ni manipular emociones colectivas.
Si de verdad se representa a la ciudadanía, lo primero es escucharla, entenderla y construir soluciones desde el consenso, no desde la agitación.
Generar más conflicto en territorios golpeados por la violencia es irresponsable. La demagogia no construye paz, solo siembra más división y resentimiento.
En una elección popular, pocos candidatos logran verdaderamente la mayoría absoluta de los votos. Muchos ganan con porcentajes muy reducidos del total poblacional.
Así, aunque en democracia sean legítimos representantes, no necesariamente reflejan el sentir completo de todas las mayorías. Esta es una verdad incómoda.
El ejemplo de la megaludoteca en Barrancabermeja es claro. Un pequeño grupo protestó. Cuando se preguntó al resto, la mayoría negó ser representada por ellos.
No basta con gritar “yo soy mayoría” para serlo. La verdadera representación implica más que palabras rimbombantes: implica legitimidad real y trabajo genuino.
Cuando un presidente, un gobernador o un alcalde son elegidos por más del 50% de la población, sí podemos hablar de mayoría real, no de discursos vacíos.
Si no se alcanza ese porcentaje, decir “represento a la mayoría” es simplemente una manipulación emocional, útil solo para crear divisiones y fomentar polarización.
La oposición legítima implica presentar alternativas, enriquecer el debate, corregir errores. No simplemente destruir o deslegitimar sin más argumentos que la pasión.
Hoy más que nunca debemos preguntarnos: ¿a quién estamos siguiendo? ¿Al líder que propone soluciones o al que simplemente grita más fuerte?
El populismo electoral seduce con promesas irreales, con ideas románticas. Pero al final, solo perpetúa la frustración y la inacción en nuestra sociedad.
En el plano nacional, vemos reflejado lo mismo. La oposición al gobierno de Petro, en muchos casos, no propone, solo bloquea y obstaculiza todo.
Cuando no hay voluntad de debatir ideas, de confrontarlas con respeto y argumentos, la democracia se estanca, y los ciudadanos pagamos el precio.
La verdadera oposición construye. Se sienta a la mesa, escucha, argumenta y propone soluciones mejores. No abandona la discusión ni sabotea por capricho político.
Hoy vivimos una crisis donde quienes tienen el poder de representar nos están fallando, atrapados en luchas estériles que olvidan el bienestar común.
Ser oposición no es gritar más fuerte ni tirar frases bonitas en redes sociales. Ser oposición es construir país, territorio, bienestar para todos.
Oponerse por oponerse, simplemente por figurar, es tan dañino como gobernar mal. Es otra forma de traicionar la democracia que decimos defender.
En Santander, en Barrancabermeja, y en toda Colombia, necesitamos menos gritos populistas y más propuestas serias, responsables, viables.
Reflexionar sobre a quién aplaudimos es un deber ciudadano. No todos los que dicen luchar por nosotros lo hacen de verdad. Debemos ser críticos.
No se trata de defender o rechazar un impuesto. Se trata de preguntarnos con honestidad si quienes se oponen hoy tienen un verdadero proyecto de país.
La reflexión es sencilla: ¿queremos un futuro construido sobre discursos populistas, o sobre ideas reales, debatidas, argumentadas y consensuadas?
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*Comunicador social en formación, Defensor de Derechos Humanos, director general de la corporación Cornacoidh.
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